lunes, 9 de abril de 2012

CALABACINES RELLENOS

Hoy es Lunes de Pascua y, como  marca la tradición, miles de familias se reunirán entorno a una mesa a disfrutar de la mona que el padrí y el abuelo habrán regalado a sus ahijados y nietos.

Pero, ¿a qué obedece esta tradición tan arraigada?

Desde tiempos muy remotos, el huevo ha simbolizado nacimiento y resurrección. Los egipcios enterraban huevos en sus tumbas y los griegos los colocaban sobre las sepulturas. Los romanos acuñaron el proverbio “toda vida procede de un huevo”, y la leyenda asegura que Simón el Cireneo, que ayudó a Cristo a trasladar la cruz hasta el Calvario, tenía como oficio el de vendedor de huevos.

Por tanto, cuando la Iglesia empezó a celebrar la Resurrección, en el siglo II, no tuvo que buscar muy lejos para encontrar un símbolo popular y fácilmente identificable.

En aquellos tiempos, las personas adineradas envolvían con pan de oro los huevos que regalaban, y los campesinos solían colorearlos, hirviéndolos con ciertas hojas, flores o cortezas, o con unos insectos llamados cochinillas.

La mona de Pascua, tan tradicional en Cataluña, Valencia y Murcia, es la presentación de los clásicos huevos de Pascua, de chocolate o de caramelo, con un pastel o una carta como base, o bien sobre una construcción de chocolate. En el siglo XVIII, era ya el obsequio clásico del padrino a sus ahijados, y el número de huevos correspondía a los años de edad de los niños hasta llegar a los doce. En ese momento, tal vez como punto final de este obsequio, el número de huevos se elevaba a trece. La tarta que los acompañaba era una confección sencilla de repostería, conocida como coca de Pascua, y podía revestir diversas formas de animales o de objetos, como ocurría en Francia con los “pains d'épice”.

A mediados del siglo XIX, las monas pierden su sencillez inicial y su presentación se hace más complicada, enriqueciéndose con unos adornos de azúcar caramelizado, almendras azucaradas, confituras, guirlache, anises plateados y, desde luego, los huevos de Pascua pintados, todo ello coronado por figuras de porcelana, madera, cartón o tela.

Pues bien, yo nunca he podido disfrutar de una mona de Pascua porque, por raro e increíble que parezca, el sacerdote que me bautizó, hace ya taitantos años, no consintió que yo tuviera padrinos. Así que, no sólo no he podido disfrutar de esta tradición y de otras muchas relacionadas con el apadrinamiento sino que, además, en caso de que la desgracia sobrevenga sobre mis padres, me hallaré desprotegida, sin nadie que pueda hacerse cargo de mi (aunque ya esté algo mayor para decir esto, sentir que tienes a alguien que se ocupará de ti en caso de faltar tus padres, alivia mucho... Pero no es ese mi caso).

Yo, a modo de celebración particular, escribo este artículo y lo acompaño de una receta fácil y rica: CALABACINES RELLENOS


Ingredientes:
Calabacines (uno por persona)
Atún (una lata por persona)
Taquitos de jamón (un paquete para dos)
Tomate frito


Elaboración:
Cocemos los calabacines en un recipiente con un poco de sal durante unos 8 min. a partir de que el agua haya roto a hervir.

Una vez se hayan enfriado los calabacines, los cortamos por la mitad y retiramos, con cuidado de no romperlos, la carne del calabacín.

En un bol, echamos el atún, los taquitos de jamón y la carne del calabacín y mezclamos bien. Añadimos un poquito de tomate frito y removemos hasta conseguir una masa homogénea.

Rellenamos los calabacines con la mezcla obtenida anteriormente y los introducimos en el horno a temperatura media durante unos diez minutos.

Para los que os guste el queso (no es mi caso), podéis añadir por encima un poco de queso rallado o queso de fundir. Seguro que os estará mucho más sabroso.

Como veis se trata de una receta súper sencilla de realizar y que puede servir, tanto de acompañamiento como de primer plato.

Espero que la disfrutéis tanto como yo.

Bon appétit!!



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