En contexto cultural cristiano, el número 13 es el número funesto y aciago. Se suele poner en relación con la Última Cena, en la que estaba Jesucristo con los doce apóstoles. El trece se referiría a Judas. El viernes es el día de la semana en que fue crucificado Jesucristo (Viernes Santo).
En las culturas orientales, el 13 era un número divino.
En La Bella Durmiente, de los hermanos Grimm, la hija del rey quedó condenada a dormir cien años porque sus padres sólo tenían doce platos de oro y así no pudieron invitar a el hada número trece para celebrar el nacimiento de la hija.
En la mitología griega, doce dioses del Olimpo se reúnen y se olvidan de invitar a Eris, la diosa de la discordia. Para vengarse, Eris arroja la manzana de oro para “la más bella”. La discordia sobre cuál de las diosas era la más bella, provocó la guerra de Troya.
Pero incluso en la simbología cristiana no siempre tiene el número 13 ese carácter negativo y funesto. Por ejemplo, las Trinidad + los Doce Mandamientos suman en total 13; los doce discípulos de Jesús + el Maestro = 13.
En Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, el viernes 13 es el día aciago por excelencia, en otros, como España, esa fecha es el martes 13. Sobre el martes y trece tenemos varios proverbios:
En martes y trece, ni te cases ni te embarques.
El martes era el día del dios Marte, el dios de la guerra, entre los romanos. El viernes el día de la diosa Venus. Por tanto eran los días consagrados a estos dioses los días aciagos de la semana.
El número 13, combinado con días como el martes o el viernes como días maléficos, proviene, en la tradición cristiana, de la Sagrada Cena o Última Cena en la que se reunió Jesús con sus doce apóstoles, uno de los cuales, Judas, le traicionaría. El viernes es además el día en que fue crucificado Jesucristo. Para algunos teólogos, sin embargo, el número 13 no debería ser un número fatal sino más bien benéfico, ya que si Judas no hubiera traicionado a Jesucristo, no se hubiera cumplido el plan de salvación y redención de la humanidad mediante la muerte de Cristo. En la Última Cena, Jesús, sabiendo que Judas le habría de traicionar, moja el bocado en el plato y se lo pasa a Judas: "Lo que has de hacer, hazlo pronto" (Jn.13:21-30). >
Bueno, esto son algunas de las teorías que he podido leer en la red.
Supersticiones a parte, creo que hoy es un buen día para hacer este riquísimo brownie de chocolate que, como en otras ocasiones, también me causó algún que otro problemilla.
Era un frío día del mes de Febrero cuando decidimos obsequiar a nuestros amigos con una rica comida para inaugurar nuestro recién estrenado hogar (no recuerdo si os había comentado que recientemente nos mudamos a vivir a Sant Sadurní d'Anoia). Como era la primera ocasión en que iba a cocinar para ellos pensé en sorprenderlos con una original receta. Busqué por internet, y tras descartar varias opciones, encontré lo que estaba buscando: "Pollo caramelizado con Salsa Bigarde". "Mmmmm, qué rico, pensé, sin duda, con este suculento plato les dejaré boquiabiertos". Pero este será motivo de otra entrada en el blog. Ahora vayamos al brownie.
No contenta con deleitarles con un primero de infarto, se me ocurrió la genial idea de elaborar un postre exquisito.
Ingredientes para 6 personas:
100 gr. de harina
110 gr. de azúcar
4 huevos
100 gr. de nueces peladas
125 gr. de chocolate para postres
125 gr. de mantequilla
Elaboración:
Precalentamos el horno a 180 grados
Batir los huevos e incorporar el azúcar. Seguir batiendo hasta conseguir una mezcla cremosa.
Añadir la harina tamizada (pasar la harina por un colador) y mezclar muy bien.
Fundimos el chocolate, previamente troceado, al baño maría (en un cazo ponemos agua a hervir e introducimos otro recipiente que contenga el chocolate, el calor del agua irá fundiendo el chocolate poco a poco).
Una vez fundido el chocolate, añadimos la mantequilla y la fusionamos con el chocolate.
Añadimos la crema de chocolate al batido de huevos y mezclamos muy bien.
Incorporamos las nueces machacadas y vertimos la preparación en un molde engrasado.
Horneamos durante 15 min.
Esta vez, no podía ser de otra manera, algún misterioso duendecillo se había colado en mi cocina para impedir que las cosas salieran bien.
Transcurridos los 15 minutos de horno me dispuse a desmoldar el brownie, ilusionada porque su aspecto y grosor eran inmejorables. "Esta vez he triunfado", me dije pero, oh sorpresa!! Cuando desmoldé mi brownie para emplatarlo, todo ese grosor se vino a bajo en cuestión de segundos y, con él, mi autoestima, tan ensalzada minutos antes.
Como una buena cocinera debe tener recursos para todo, no me amilané ante esta pequeña adversidad. Coloqué de nuevo el brownie en su molde, recomponiéndolo como buenamente pude, y lo introduje de nuevo en el horno para darle tiempo a que la masa se hiciera debidamente. Transcurrido un tiempo prudencial, volví a sacar el brownie del horno, lo desmoldé y... "Cómo es posible? Sigue igual, no puede ser!!". Aunque es importante crecerse ante las adversidades, en esta ocasión opté por desistir. Coloqué el "brownie" en su bandeja y, humildemente, se lo di a probar a mi marido quien, a pesar de su terrorífico aspecto, me dio el visto bueno.
Desesperada porque no tenía postre que ofrecer a mis invitados, era viernes por la tarde y ya no me quedaban ingredientes para intentarlo de nuevo, llamé a mi hermana quien se presentó, al día siguiente, con una deliciosa tarta de piña hecha por ella misma.
La comida fue todo un éxito.